El presidente chino Xi Jinping prometió luchar contra la corrupción con un ojo puesto en las Islas Vírgenes y el otro en Xu Zhiyong. Hoy uno de sus ojitos –da igual si el derecho o el izquierdo si éste exige que se depuren responsabilidades con los suyos– ha recibido una sentencia firme tras un juicio más propio de la República del Congo: cuatro años a la sombra cuando ya llevaba uno en la trena además de dos de reclusión en su casa tras una vista peripatética en donde, aparte de que se realizó a puerta cerrada, el acusado no puedo llevar a sus testigos. Para ahondar es sus raíces opresoras y dictatoriales, la policía acordonó la zona liberándola de curiosos y sobre todo de periodistas extranjeros –los plumillas chinos ya saben que si osaran acercarse acabarían como el disidente Xu Zhiyong– que según eran descubiertos por agentes de paisanos eran invitados a largarse. Las razones por las que fue enjuiciado: “reunir a gente para alterar el orden público”, gobierno de Pekín dixit. Su pecado: haber fundado el movimiento civil ‘Nuevo ciudadano’, desde donde se exige transparencia a unos gobernantes a los que, de nuevo, les acaban de sacar los colores por acumular trillones de dólares americanos –moneda de mucho más valor que el yuan; sólo hay que ver que la segunda encuadra el careto de Mao Zedong, el dictador con el currículo más sanguinario de la historia– en paraísos fiscales. Porque a China, si de verdad le pone algo, es vivir como un occidental bajo su yugo despótico. Que así crece su economía: compran empresas bajo el paraguas de la liberalidad primermundista, cuando lo contrario en suelo chino es materialmente imposible de realizar.
El pasado 22 de septiembre, el Diario del Pueblo ¬–panfleto del Partido Comunista donde pasarán algunos siglos hasta que algún estudiante extranjero, excepto si proviene de Corea del Norte, haga sus prácticas– exigía en un editorial propagandístico que cesaran las corruptelas: “La lucha contra la corrupción carece de excepciones”. Esta frase y la campaña del PCCh fue apoyada de manera vomitiva por la progresía occidental: desde los medios de comunicación a los diplomáticos pasando por los empresarios. Hoy, cien días después de aquel sueño pasajero, podemos decir que China está manchada de mierda hasta las cejas. Y esto lo sabemos muy bien todos los que hemos vivido allí, los que hemos intentado hacer negocios, alquilar una vivienda, mantener una relación con una nativa, transferir nuestro dinero ganado legalmente al extranjero, o yendo a un hospital, donde la última moda de los doctores era admitir sobornos que según la cuantía hacían que la lista de espera para operaciones se modificara.
Pero no olvidemos la esencia del asunto: en sólo cinco días se ha descubierto que cualquier chino con poder saca el dinero ganado ilegalmente fuera del país y que los que exigen responsabilidades son encarcelados sin un juicio justo. Y que siga la fiesta.