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Cao Shunli, cara de ayi

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En una raza, la china ‘han’, de pieles primorosas que envejecen tan lentamente que un caucásico parece un ogro a sus lados, sorprende la uniformidad de cada rostro mandarín al cruzar la barrera de los 40, sin contar aquellos que hayan pasado por la cirugía estética traída de Occidente, como tantas y tantas otras idioteces.

La mujer china es bella de por sí y por ello suele ver la podredumbre de sus gestos pasadas unas décadas, fiel reflejo del eterno y enorme sufrimiento que padecen sometidos a la dictadura del peor gobierno del mundo. En China, la inmensa mayoría de sus gentes trabaja mucho y mal, comprende poco, gana lo insuficiente –de ahí el carácter agrio que algunos secuaces occidentales quieren hacer pasar por ‘competitivo’–, y respira, come, bebe y se ducha con veneno y mierda a partes iguales, una de las mayores exhibiciones de la industria química contra el ser humano que en China toman un impactante universo novedoso y arriesgadísimo.

Cao Shunli, disidente china hoy cadáver aún fresco, tenía cara de ayi. Porque las ayi son la representación máxima del sufrimiento chino: señoras que con 30 años aparentan 60 cuando en China lo normal sería parecer una novicia.

Y es que Cao Shunli sufrió. Sobre todo desde septiembre del año pasado, cuando el gobierno de Pekín la detuvo y no la ofreció tratamiento médico a sabiendas de que sus riñones eran inservibles. A los 52 años ha muerto una disidente china que en la ficción occidental equivaldría a Superman extendiendo sus brazos a modo de raíles para que un tren pasará sobre su cuerpo y no descarrilara.

Imagino que para Rafael Poch Cao Shunli será una terrorista (con cara de ayi) financiada por los servicios secretos norteamericanos. Pero siendo sinceros, Cao Shunli no era más que un ser humano que un día decidió apartarse del rebaño. Hace años, el ejemplar régimen ex comunista –qué bien le habría venido a China un ‘ex régimen comunista’– la confinó durante dos años en uno de sus campos de trabajos forzados y de reeducación, donde los gerifaltes sueñan con que sus visitantes salgan tan domados que lo primero que quieran hacer al encontrarse con la libertad sea comprarse un piso en una colmena de infraviviendas y un móvil Xiaomi, una nueva copia tecnológica china a Occidente que algunos bastardos compatriotas incluso alaban.

Cao Shunli ha muerto. Sin atención médica. En esta China olímpica que se pasa por los cinco aros los derechos humanos de las personas. Luego la gente se sorprende de que en esa trituradora humana algunos reaccionen a navajazos. Y mañana más.


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